miércoles, 30 de diciembre de 2015

Las gaviotas pasan por el cementerio.


Las gaviotas pasan por el cementerio.






El cementerio se abre de una patada cada mañana,
para ponerse en pie con la palidez de un muerto que no descansa.
Las frías hojas de las lechugas,
se atan la cuerda para sacar la espiga por la pierna,
con esfuerzo y cansancio,
alzando sus cabezas despuntadas al arco que las dirija.
El blanco está en un agujero,
donde comen las gaviotas.
Las lechugas saben que las persiguen,
en el mar las aves y los nadadores.
Sobre los campos cruzan los barcos,
arrasando con sus redes los corales.
Ya no queda en el mar agua,
solo fango.
Y en los raíles metálicos de los pantanos
las sirenas advierten a los marineros que viajen en Ave,
con cera en los oídos,
que todo está equivocado.

Alerta, Advertencias:

Los últimos se quedarán solos.

 El que no pinche a su semejante morirá aplastado.
Al que llore se le secaran los ojos.
Al que tenga hambre le meterán mercurio por el culo,
Al que se queje le partirán la boca.
Porque el  cementerio por donde pasa la gaviota,
está todo lleno de restos  huesos.
Con su selectivo asomado sobre la cornisa,
con su hierba en los jardines bien cuidados.
Con sus barraquitas con su cruz en los tejados.



Mohamed de Uixó.

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lunes, 7 de diciembre de 2015

Ruina y perro.







 sembrado en nuestra huerta tenemos rábanos, lechugas, guisantes, hinojo, espinacas, ajos,amaranto.

 











De los eslabones silenciosos de hojas de seda,
del terruño moruno de mi tierra,
para los hombres que pacen las hierbas,
con dientes de caimanes secos,
moribundos en la charca fría,
de bandejas blancas,
cargadas de carne envasada,
que viaja florecida en cintas del supermercado,
que atropellan la sonrisa y la esperanza en una caja.

 



Cuento la calderilla de mi ruina.
Chafan las patas de los perros,
con su pezuña escarbadora,
ladrando a los ciempiés en celo de las raíces,
Haciendo con su cola enrojecer el aire,
en un ocaso de panales,
donde los hombres fabrican en cada celda :
lógica.
Contra las que lanzo una flecha para sepultarme.
Alimentando con el aliento de mi vomito,
casi de un borracho o de un profeta:
Mi ruina.
Paradoja del ojo de lechuga,
en cuya hoja de bronce
se escribe mi deseo del mal contrahecho,
roto en una gota de cristal que cae a un pozo.
Me mantengo,
en torno a mi sangre de pájaro derribado.



Angelillo de Uixó.

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